Desde antes del tiempo

sábado, diciembre 09, 2017

Seguimos con las hadas. Parte 4

El rey Casimiro era un buen rey. Había heredado el trono de sunpadre, pero a diferencia de otros reyes, a él le gustaba ser rey, le gustaba ayudar a su pueblo, era justo con las leyes y los impuestos, durante su reinado construyó escuelas y bibliotecas y adornó el reino con esculturas y obras de arte. Le encantaba la música y la poesía. Había obras de teatro y conciertos cada semana. La ciudad estaba más limpia que nunca, en cada esquina había flores, los barrenderos estaban en guardia el día entero, pero la verdad, no tenían mucho trabajo porque la gente era muy prolija y no tiraba ni ensuciaba nada.
El rey Casimiro tenía un sólo problema: su hija Juliana. No me malinterpreten, no es que Juliana lo molestara o se portara mal. Al contrario. El problema era la tristeza de la princesa. Por eso, ese día, mientras miraba sus bellos jardines desde la ventana del escritorio al ver a su hija salir del laberinto caminando raro, se asustó. Pensó que se había lastimado una pierna, torcido un tobillo…Luego se asustó más aún cuando se dio cuenta de que lo que hacía raro el caminar de Juliana eran los saltitos y vueltas. Asombrado se dio cuenta de que estaba bailando. Es más, esa mueca que el rey Casimiro primero interpretó como de dolor era casi una sonrisa.
El rey Casimiro levantó el brazo derecho para tirar del cordón borravino que hacía sonar la campanita para llamar a su secretario, pero lo pensó mejor y decidió bajar él mismo al encuentro con Juliana.
El rey Casimiro era un hombre alto, delgado y muy deportista. Todas las mañanas se levantaba apenas salía el sol para correr. Lo hacía por todo el pueblo. Sus súbditos más madrugadores, acostumbrados a verlo pasar, lo saludaban. Algunos le tenían preparado un vaso con agua o jugo que el rey tomaba de un trago sin dejar de corer y agradecía muchísimo. La gente lo quería y lo demostraba de esa forma.
Así que a pesar de que sus aposentos estaban en la parte más alta del palacio, el rey llegó a la puerta antes que Juliana, bajó la gran escalinata y la esperó apoyado contra uno de los grandes leones que vigilaban la amplia escalera blanca de mármol.
Juliana vio a su papa y se acercó, hizo una reverencia y dijo muy solemne: “Buen día su Majestad”. Mientras se incorporaba, miró a los costados y rápidamente le dio un beso en la mejilla  y susurró: “Hola papá”.
A Juliana le gustaba hablar con su papá, el problema era que, desde su punto de vista, su papá no tenía tiempo suficiente para hablar con ella. Pero seamos sinceros, ser rey no es una tarea fácil y la mayoría de las veces a Juliana se le ocurría hablar con Casimiro cuando éste estaba ejerciendo su rol de mandatario, en medio de una discusión con otros reyes, dictando alguna ley, promoviendo alguna cosa, en fin, trabajando.
-Cómo amaneciste hoy, princesa?-preguntó el rey mirándola a los ojos que parecían estrellitas.
-De maravillas-contestó la nena.
-Y qué hiciste a la mañana?

-Desayuné, leí un poquito y después fui al laberinto-contestó mientras escondía su mano detrás dela espalda.