Desde antes del tiempo

martes, mayo 16, 2006

ERTE moon


Mili


El ruido del cuchillo al caer, sacó a Mili de su ensoñación. En la larga mesa, alrededor de la cual se hallaba toda la familia reunida, se sentía, una vez más, fuera de lugar. El griterío ensordecedor de sus hermanos y primos, las risas de sus sobrinos, y el cacareo de las viejas matronas hacían de esta ocasión un suplicio más que una fiesta. Festejaban los ochenta de, “¿de cuál de las tías?”. No importaba. Mili, lo único que quería era estar lejos. Miró por el amplio ventanal y la lluviosa noche sólo aumento su deseo de huir. Cerró los ojos y con una imperceptible mueca en sus labios se retrotrajo a otra de esas cenas familiares, hacía de esto unos años, cuando conoció a su primo Ernesto, venido de la distante Venezuela, morocho, alto, de ojos carbón, “mortal”. Recordó a ambos sentados frente al gran piano de cola del living, esa noche todo tenía brillo propio, un halo dorado iluminaba hasta a las redondas naranjas del fuentón de vidrio apoyado ignominiosamente sobre la tapa negra. Recordó la locura juvenil que se apoderó de ambos, de los besos robados detrás de una las altas plantas que la tía tenía y cuidaba con esmero. Recordó, también, las manos sensuales que le recorrieron el cuerpo en los escasos días que tuvieron juntos, el frío del ocaso, sentados juntos, muy juntos, en la pared de la Costanera, y el río que en ese lejano día, parecía plateado. Ernesto volvió a su país poco después. Nunca más se vieron, nunca más se contactaron. Con el tiempo se enteró de que se había casado con la que ya fuera su prometida, otra prima, lógico, en estas familias patricias era lo esperable. Que había tenido un par de hijos y que había quedado viudo. De todo se enteraba, por las tías, que se ocupaban de ello. Mili, la bella Mili, la más hermosa de la casa, había quedado para vestir santos y todo por culpa de ese venezolano. Y Mili sonreía, siempre sonreía, porque tal vez fuera cierto eso de que Ernesto le había sacado las ganas de otro hombre, pero los recuerdos a ella le alcanzaban. No así a las rencorosas tías. Entonces, cuando esta noche el ruido del cuchillo la bajó de su nube, Mili, escuchó lo que hace años esperaba: “Viene. Con sus hijos a cuestas. Dice que a hacer negocios.” Y el brillo volvió a las cosas. Porque en su interior sabía.