Desde antes del tiempo

jueves, junio 22, 2006

CUENTO en dos o tres entregas

Rocío era caprichosa. Siempre lo había sido y ella lo sabía. Es más, había decidido no cambiar. Porque, para qué, si de esa manera conseguía lo que quería, en el momento en que lo quería. De chiquita llorando hasta ponerse morada, de más grande cruzándose de brazos y enfurruñada, y ya de casi adulta, haciendo pucheros y abriendo grande los ojos claros y pestañas renegridas por un rimel muy bien aplicado.

Pero ese día las cosas no funcionaron como siempre y los grandes ojos se abrieron, pero por la sorpresa.

Rocío conoció a Juan una tarde de abril. El sol de otoño brillaba. Y al mediodía calentaba lo suficiente como para que Rocío se sentara en la plaza cercana a su facu a almorzar el yogurt bajas calorías y la manzana. Se sentó en uno de esos bancos verdes, típico de plaza porteña, con su minifalda, las botas, los libros y el ipod. Un poco más tarde, un joven se sentó a su lado, sin mirarla, y se desparramó por el asiento. Se aflojó la corbata, abrió el primer botón de la camisa celeste y apoyó la cabeza en el incómodo respaldo, cerró los ojos y se olvidó del mundo que lo rodeaba.

Rocío, después de un rato de que no le dirigiera la palabra lo miró de reojo, no estaba acostumbrada a ser ignorada, porque además de caprichosa, era muy pero muy linda: cara de muñeca de porcelana, boca roja en forma de corazón, nariz pequeña y respingada, pelo lacio, castaño, impecablemente brillante, piernas largas y bien torneadas, cintura chiquitísima y pechos altos, duros, orgullosos y naturales.

Rocío, decíamos, lo miró de reojo, cruzó y descruzó las piernas, se movió bastante ruidosamente, hasta tiró un libro sobre la gravilla, y nada. Estaba enojadísima con su compañero de banco, quién se creía que era para desairarla de esa manera. Obviamente si Juan, porque de él se trataba, le hubiera dicho un simple hola, Rocío hubiera subido su respingada nariz hacia el cielo y le hubiera dado la espalda empezando a leer alguno de los capítulos del libro de macroeconomía. Pero no lo hizo, y ella se empezó a preocupar. Sacó su celu de la cartera y lo abrió, el espejito le devolvió la imagen de siempre: bella rayando la perfección , si no fuera por ese lunar redondo y negro al lado de su boca.

Lo cerró con un fuerte clap y lo devolvió a su lugar. Resoplando, junto sus cosas y se dispuso a partir, el desconocido le había arruinado el día.


-¿A dónde vas tan apurada, princesa?

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

excelente tu cuento, me encanta con la frescura que escribís, TE FELICITO!!!!

7:16 a.m.  

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