Desde antes del tiempo

lunes, junio 26, 2006

2da entrega

La voz a su espalda, profunda, de bajo, la sobresaltó. Se volvió muy lentamente, levantando su nariz, preparando el desplante. Pero no pudo. Un par de ojos verdes como el mar Caribe la miraban de arriba abajo descaradamente, y una sonrisa, lenta, mostraba unos dientes blanquísimos. Sin saber cómo, se encontró hablando como si se conocieran de toda la vida. En realidad hablaba Rocío, Juan la miraba socarronamente. Por primera vez, en sus poco más de veinte años se escuchó tratando de ganarse a la persona que tenía enfrente, y no con su belleza sino por sus cualidades: estudiante avezada de Comercio Exterior, excelente alumna, con sueños de una gran carrera que no fuera bancada por papi, importante empresario textil, sino por sus méritos, sus ganas de vivir en una casa con jardín para poder tener dos perros por lo menos, un par de hijos que puedan correr a sus anchas y un marido amoroso.

Juan, escudándose en la mirada juguetona, estaba fascinado. Cuando, hacía un rato, la había visto tan pudorosa y delicada, hizo lo que jamás había hecho, mandar al demonio todas sus obligaciones para poder sentarse al lado de esa aparición y comprobar lo que ya se imaginaba, que olía a rosas.

Por lo poco que Juan le contó, Rocío dedujo que era un empleado común de una multinacional, había estudiado Economía y trabajado al mismo tiempo, para poder hacerlo. Vivía solo, y no tenía ni para un celular. Rocío se enamoró instantáneamente.

Se encontraban todos los días en la plaza, y cuando el frío del invierno los corrió, en un bar de estudiantes de la esquina porque, “Juan, decía Rocío, no hace falta que gastes en pavadas”.