Desde antes del tiempo

jueves, octubre 19, 2006

Casi 40


Me enteré de que el niñito está con pesadillas, y me da cierto escozor pensar que pude haber sido yo el causante, pero entre nosotros, el pequeño y maleducado diablillo lo tiene bien merecido.

La historia va así. Soy uno de esos padres que, ahora, se les da por llamar modernos, porque nos ocupamos de nuestros hijos/as casi, y remarco el casi, a la par de las madres. Soy un empresario exitoso e independiente, por lo que me puedo dar el lujo de manejar mis horarios según mis necesidades o placer. En esta última categoría, entra el ir a buscar a mis dos hijos para almorzar, o sacarlos del colegio por la tarde para llevarlos a algún lugar divertido a tomar la merienda. Y me conocen. Hago “puerta” como la mayoría de las madres, charlo, me entero de las cosas y me saludan todos los amigos de mis hijos y, ya a esta altura, otros chicos que no comparten grado ni sala pero que de tanto verme, les resulto figurita repetida como cualquier mamá. Las más que las menos de las veces, mis excursiones vespertinas no se resumen a tres integrantes, mi hijo de 7 años y me nena de 5 y yo, sino que tenemos algún que otro invitado, aunque mi límite es de cuatro niños. Esta confianza es, supongo yo, la que dio lugar a las pesadillas, y entre nosotros, no fue su culpa, sino que al no haber sido el primero, me agarró harto, desprevenido y de muy mal humor.

Esta comprobado científicamente, todos los dermatólogos lo confirman, que el hombre, por ser hombre y me refiero el género masculino, tiene tendencia a la alopecia. Y yo adhiero, aunque a regañadientes, a la tendencia.

La primera que hizo una alusión directa a mi creciente calvicie fue una nena que me saludo con un “¿qué tal peladín?”, mis ojos se abrieron desmesuradamente y casi no atiné a contestarle más que un “no es lindo decir eso”. Pero por alguna razón en las semanas subsiguientes otros chicos hicieron preguntas o palabras concernientes al tema. Y justo una tarde de esas, de lluvia, tránsito pesadísimo, y un barrio de Belgrano casi intransitable, llegué al cumpleaños del amigo de turno, para la torta. En medio del “queloscumplasfelizqueloscumplasfeliz” una vocecita aguda, de esas que se escuchan en medio de cualquier barullo me dice: “uyyy, mira que pelado que estás”. Y me saqué, o mejor dicho me sacó. Lo agarré de su escuálido bracito, lo alejé de la mesa con la torta, y sacudiéndolo un poco le dije: “Decir eso es feo, pero no te preocupes, ya se te van a caer a vos esos rulos rubios y no va a haber loción que te salve”

De esto hace unas cuantas semanas. Sé que jamás se lo contó a la mamá porque ella me sigue saludando en la puerta del cole, pero hoy me enteré de que desde ese día, sueña que se está quedando calvo.