Desde antes del tiempo

viernes, abril 04, 2008

Que las hay, las hay!!


Mi tío Luis no era supersticioso. Al contrario, para mí que desafiaba las leyes de la “cábala” en forma adrede: si había una escalera, él pasaba por debajo, jamás tiraba sal sobre su hombro si derramaba un poco fuera del plato, cada vez que viajaba, se embarcaba un día 13, y ni siquiera se tocaba “las partes” cuando alguien nombraba lo innombrable. Lo único que no pudo hacer un día 13 fue casarse porque mi tía se negó, y ahí el amor fue más fuerte. Pero el resto, era conocer una cábala para que mi tío Luis le llevara la contra. Hasta que apareció ese gato negro.
-Lucifer. Te juro Clarita, que era el mismísimo Lucifer en su forma gatuna-lloraba después mi tía Marita.
A los casi 70 Luis y Marita tenían una buena vida. Habían festejado sus 40 años de casados, tenían hijos grandes, todos profesionales con buenos trabajos y una caterva de nietos. La empresa de limpieza de oficinas que le hubiera heredado su padre había crecido bajo el manejo del tío Luis y a esta altura de la vida se podía dar el lujo de aparecerse algunos días a la semana cerca del mediodía sólo para no perderle el gustito al trabajo.
Los viernes temprano se iban para Garín, donde tenían una casa-quinta con pileta y un parque grande con árboles frondosos, al que había puesto un par de arcos de fútbol para que disfrutaran los nietos y sus amigos.
La casa-quinta era su “pet”. Tenía un jardinero, pero la mayor parte del trabajo lo hacía él. Se había comprado un pequeño tractor para cortar el césped, tenía todos los elementos para cuidar la pileta: el barrefondo, el medidor de cloro, el medidor de acidez del agua, diversas marcas y tipos de cloros y clarificantes que usaba según la temperatura. Dedicaba horas enteras a su cuidado. Se levantaba temprano, se calzaba un sombrero de granjero americano y empezaba a sacar hojas.
Esa mañana mi tío Luis tomaba café mirando por la ventana de la cocina cuando vio que un gato más negro que la noche se acercaba a la pileta. El tío Luis no lo podía creer.
-Mira Marita, un bicho negro cerca de mi pileta!! Si será caradura el bicho
-Dejalo Luis, es un pobre gato. Qué le puede hacer a la pileta.
-Pero esta cerca de MI pileta.
-Qué exagerado Luis!
El gato en cuestión se acercó todo lo que un gato se puede acercar al agua y desde allí con todo el descaro que le fue posible miró fijamente a mi tío por unos largos segundos y luego se fue.
Desde ese día, cada mañana en la casa quinta era igual, y cada noche mi tío soñaba con el gato negro y las parrandas que éste hacía con otros de su especie en la pileta. La obsesión del tío se convirtió en tema de chanza para la familia y nunca faltaba que alguien le preguntara por el gato y él murmurara algo inteligible.
Una madrugada a finales de un otoño irregular mi tío Luis se levantó más temprano que de costumbre, y aunque todavía la luna daba vueltas por el cielo, se puso su sombrero de paja y con una gomera se sentó a esperar al gato.
Un “gatodemierrr...” seguido de un gran “splash” despertaron a mi tía Marita, que salió, asustada, en camisón y ruleros de “doña Florinda” para ver a mi tío Luis flotando boca abajo en la pileta, y al gato sentado en el borde “sonriendo Clarita, sí sí, te lo aseguró”-contaba entre llantos sentada al lado del cajón-“una maldición de gato negro que se le cruzó a Luis, lo hizo tropezar y romperse la crisma”