Desde antes del tiempo

lunes, octubre 13, 2008

Otoño




Que extraño el olor de la niebla en otoño. Huele a hojas secas, a humedad concentrada. Huele a amores perdidos y felicidades encontradas.
Arrebujándome en mi tapado contra el frío de la tarde, miré a mi alrededor: mujeres cercanas a los 40, profesionales, muy profesionales, gordas, flacas, rubias de verdad y de prestado, unidas todas por el dolor, tal vez más por el espanto.
Nunca leo la necrológica del diario, supongo que por una cuestión de cábala. Pero anteayer a la mañana se me cruzó no sé qué planeta con otro y cuando llegué a la Pág. Xx, no la saltée como siempre, y así me fue. Entre toda esa tristeza, un recuadro resaltó sobre lo otros: Julieta Pilar del Monte, tus padres y hermana etc, etc, etc
A los pocos minutos los teléfonos de la clase del ´86 empezaron a sonar, y voces que no escuchaba hacía más de 15 años me remitieron a mi último año de secundario: las discusiones con las profesoras, las reuniones previas al viaje de egresados, los sueños de cada una para el futuro, carreras, materias, bailes, novios. Todo se agolpó en mi cabeza en segundos, y en cada uno de esos recuerdos, la espigada figura de Juli: quería ser actriz, o médica, a veces bióloga para salvar pingüinos. Juli quería ser todo y nada al mismo tiempo.
Juli no era de mi grupo, pertenecía a las chicas cancheras, de esas que tienen casas en countries, y usan ropa de moda, antes de que se ponga de moda. Amaba a Maddonna, incipiente cantante americana y se quería parecer a ella. Pero a diferencia de las otras “estiradas”, Juli se llevaba bien con todo el mundo. Nunca estudiaba, pero siempre la perdonaban, y, a pesar de lo que su grupo decía, se hacía amiga de todas: la “nerd”, futura ingeniera, la “gorda” que se excusaba en la diabetes de algún familiar para no preocuparse por su peso, y nosotros las “nif”, ni fu ni fa, ni un extremo ni el otro. Si hubiera tenido que describirla, lo hubiera hecho diciendo que estaba llena de vida.
Y ahora, me hallaba junto con toda la 1era división del Liceo Nacional de Señoritas, en ese parque eternamente verde, que vende paz hasta a los que no pueden con ella.
Miré una a una a esas mujeres, reunidas por primera vez desde que dejáramos el cole hacía ya varios (muchos varios) años. Y me dediqué, como siempre, a inventarle la historia a cada una de ellas, guiándome por su ropa, por su forma de pararse, por su forma de mirar, y por lo que yo sabía de cada una de ellas. Y me equivoqué.
Ahí estaba Fernanda, casada con su eterno novio desde los quince años, después de un tórrido romance con alguno en Bariloche: ama de casa, tranquila, feliz con su hija.
O la “Gorda”, igual de gorda, que vino desde el Sur, adonde era maestra rural y con hijos casi adolescentes. ¡Guau!, que temprano empezó.
La nerd, y las medio nerds, una en el CONICET, otra trabajando en la Fundación Favaloro, una tercera, genio total en matemática, y publicitarias, marketineras, masajista especializada en eutonía, normales. Vivían su día a día más o menos felices, todas contentas con su rutina.
El grupo de las cancheras fue el más decepcionante, con carreras comunes, ninguna actriz, cantante o famosa, uno que otro hijo, algún divorcio o solteras, y habiendo cruzado la barrera de los treinta, con apuro.
Las dos preguntas más importantes del día:¿Estás casada? y ¿tenés hijos?
A la que contestaba que no, todas la miramos con cara de “pobre”. Porque en ese momento, en este momento, me di cuenta de que no importa lo que hayamos sido, querido ser. Lo importante, siendo mujer, hoy, en el siglo XXI, sigue siendo lo mismo que siempre, desde que el mundo es mundo: la capacidad de reproducirnos, o dicho en forma más amorosa, como la madre que soy, tener uno, dos, tres soles, que nos llenan la vida, más allá de cualquier carrera profesional. Porque, ¿quién cambia una gran cuenta bancaria por dormir una siesta con olor a bebé en sus brazos?
En fin, la vida se ocupó de equilibrarnos o, tal vez, de demostrarnos que del polvo venimos y allí volveremos, y que, mientras tanto, somos todas iguales.